No me acuerdo del primer día que la vi, por lo que no puedo contar nuestro encuentro desde el momento cero, pero sí recuerdo bien todo lo que compartí con Cani. Y eso no fue poco…
Cuando alguien me pregunta cómo era Cani, no me sale sólo una descripción de ella, sino sentimientos, vivencias… porque así era Cani. No te dejaba indiferente. Si tenías la mente abierta, dejaba huella…
No puedo olvidar los “bailes“ que nos pegábamos. Preguntaréis: “¿Qué bailes?“ Pues bailes de ganar confianza, de respeto, de paciencia. Cani no había tenido la mejor experiencia con humanos, por lo que cuando llegó a nosotras, no se dejaba tocar, coger, ni nada que supusiese contacto. Gracias a Dios, la comida sí que le podía y así es como empezamos a bailar.
Cani entraba en la jaula para desayunar o cenar. Pero, ¡ojito!, al principio teníamos que poner la comida e irnos, fingiendo que no volveríamos. Lógicamente, Cani sabía de sobra, que era mentira . Y aun así, se metía en la jaula, aceptando nuestro juego.
El siguiente paso era entrar en la jaula con ella,cosa que no era nada complicada, ya que Cani jamás nos hizo ningún mal gesto. Y allí te quedabas . Cani en una esquina, tú en la otra… A veces me traía un libro, me sentaba allí y leía. Si era algo interesante, hasta se lo leía a Cani (a ver qué opinaba ).
Luego, aparte del libro, me traía un arma poderosa: ¡salchichaaaas!!! Las dejaba a mi lado, cogiendo un trozo cada rato, ofreciéndoselo a Cani sin mirarla, como si fuera lo más normal del mundo. Ella, al principio, no cogía nada de la mano, pero poco a poco aprendió que de nuestras manos sólo caían cosas buenas y no tardó en tomar premios de las manos. Eso sí, al principio sólo nos daba este privilegio a dos personas: Mayo y yo.
Echando la vista atrás, me doy cuenta de que, exceptuando a los míos,nunca he dedicado tanto tiempo a un perro como a Cani.
Otro de nuestros bailes eran los momentos de ponerle la correa. Las jaulas eran, como es debido, grandes. Así que yo cogía la correa y Cani ya sabía qué quería hacer. A ella no le molestaba la correa de sí, sino la atadura al humano a través de ella. Y así, empezábamos a bailar. Yo hablándole desde un lado de la jaula, intentando acercarme, y Cani andando por el otro lado, intentando alejarse. Santa paciencia. A veces, tardaba 20 y 30 minutos para engancharle la correa al collar que llevaba puesto.
Había momentos en que se rendía, se tumbaba allí y se dejaba tocar. Podía sentir su miedo, su dolor. Su pasado sufrimiento. Pero Cani era fuerte y quería salir de allí. Sin humanos, posiblemente, pero ese no era nuestro plan.
Cani no tardó en enamorarse de nuestros perros, además, de una manada estupenda, que me llena de orgullo cada vez que pienso en ello. Linda y Klaus fueron sus almas gemelas, su primera familia canina, equilibrada, con el aire de independencia que ambos poseían y poseen y que le transmitieron a Cani en cuestion de días.
Los humanos llegamos hasta cierto punto en rehabilitar a los animales, pero hay una parte que nosotros no alcanzamos. Y ahí es cuando juegan un papel fundamental otros perros. Cani, de siempre, era muy sociable con perros, sin embargo, verla crecer emocionalmente y de carácter a través de los demás canes, fue un privilegio, una gozada.
Y de la misma manera que mejoras los pasos en la pista de baile, íbamos mejorando nuestra relación de confianza. Cani empezó a saludarnos con alegría, aunque con un metro de distancia de seguridad. Se le empezó a ver tranquila en nuestra presencia. El primer miedo desapareció de su mirada y empezó a convertirse en vaciladitas con cariño.
Me acuerdo cuando decidí ponerle comida en juguetes interactivos. ¡Cómo habría molado tener una GoPro en aquel entonces! : Cani y yo en una jaula. Cámara en una mano, en medio la pelota interactiva, yo girándola para que cayera comida, intentando grabarlo… Y Cani mirando en plan “olvídate, tronca“. Pero lo conseguimos. Cani, a sacar la comida. Yo, a grabarlo. Aprendimos otro paso de nuestro baile.
Pasaban horas, días, semanas… meses…. y seguíamos trabajando, mejorando, aprendiendo.
Esta vez le tocaba a “Garfield“. Garfield, que descanse en paz, era un peluche del respectivo gato, con una cuerda larga para enseňar a los cachorretes a jugar a perseguir. Cani no era una cachorra y con perros sabía jugar de sobra. Pero, ¿jugar con un humano? Eso era un nuevo reto.
Cogí a Garfield y se lo tiré a Cani al lado, moviéndolo con la cuerda de un lado a otro, llamando así su atención. Muchas veces intentábamos cosas sin más, sin expectativas, más bien para estimular a Cani en la relación con humanos que para realmente enseñarle algún ejercicio en concreto. Pero había momentos en que nos dejaba boquiabiertos, como cuando cogió el peluche con tal fuerza que me arrancó la cuerda de la mano y, con su trofeo, se fue corriendo, dejándome atrás riendo… Esa figura de baile no salió como esperaba, pero quien no se equivoca, no aprende, y quien no vuelve a intentarlo, no avanza…
Hay tantas cosas que podría contar de Cani, tantas historias que me vienen a la mente…
Recuerdo cuando, por primera vez, me dejó acariciarla mientras le daba premios… Estaba suelta, sin correa, podría haberse ido, pero decidió quedarse. Incluso me regaló un par de caricias cuando ya se me acabaron los premios… Creo que ese día algo cambió y Cani decidió confiar, a su manera, pero ¡confiar!
Las risas que nos pegábamos viéndola como “abusaba“ del amor de Jedy, mi viejo EBT. Jedy le permitía todo, ¡tooooodo! Cani le gruňía, le marcaba, pero también jugaba con él, y él la adoraba, haciéndole “limpieza bucal“ cada vez que la veía. Y ella se dejaba, tumbándose, rindiéndose a ese homenaje de amor perruno…
Entonces, ¿cómo era Cani? Especial, grande, loca, curiosa, sinvergüenza, cariñosa, vacilona, maestra… Todo esto y más era Cani. Cani era ¡Cani!
¡¡GRACIAS POR BAILAR CONMIGO!!