En casa tenemos tres perros. Luna ha vivido con gatos y no tiene absolutamente ningún tipo de problema en la convivencia con felinos. Gula vivió con gatos de muy pequeña, pero de eso hace ya muchos años y, además, tiene mucho instinto de perseguir. Fermín es el tipo de perro que caza todo lo que se mueve (excepto perros y humanos) y si lo coge, no suele tener piedad… No lo puede evitar, es un Jack Russell. Y aunque es un personaje muy tranquilo para su raza, este nervio lo tiene.
¿Y yo? Pues tampoco es que sea muy gatuna. Pero nos llegó un “moquito” de gatita de un mes, rescatada, con cara tristona… y nos lanzamos. Nos lanzamos sabiendo que iba a ser mucha faena, mucha paciencia y dedicación. Y sin saber con qué resultado. Y así fue. Un mes y medio de juntas visuales, progresivas, con un perro, con otro, con dos. Diez minutos, media hora, cinco minutos, una hora. Gata fuera, perros dentro. Perros dentro, gata fuera… Si os suena a locura, pues, sinceramente, lo fue J.
El proceso de integración de un nuevo miembro de la familia no siempre es fácil. Y menos lo suele ser, si se trata de otra especie. Lo importante es tener en cuenta que hace falta PACIENCIA Y DEDICACIÓN. Si estamos dispuestos a trabajar, los resultados son muy gratificantes. Pero, por supuesto, también hay que tener en cuenta que ningún miembro de la manada debe estar mal. Para tener un animal nuevo mal, es mejor no tenerlo y buscarle otra casa responsable donde pueda vivir felizmente.
Es muy importante no separar los animales del todo. Lo que está detrás de esa puerta cerrada que maúlla y huele diferente, llama mucha atención. Es mucho mejor tener una jaula o un transportín grande, donde podamos tener al gato seguro, pero que los perros lo puedan ver, olfatear y, por supuesto, el gato a los perros también.
Tener un perro que sabemos que no va a dar problemas, ayuda, ya que va a ser el primero en juntarse con el gatito. Ahora les toca a los otros. Cada uno conoce a su(s) perro(s) y sabe cuál debe ser el primero, segundo, tercero… No podemos soltar a los tres y “ya se apañarán”. Eso llevaría, con la mayor probabilidad, a un accidente grave o a que el gato se agobie tanto que nunca volverá a querer saber nada más de los perros.
Las juntas se deben hacer después del paseo de los perros para que estén más cansados y calmados. Si hace falta usar correas para controlar mejor, se usan (en ningún momento para dar tirones, sino sólo para sujetar al perro).
Es un proceso largo, lento y, a veces, agobiante. Nos llevamos un par de sustos (que no tuvieron ningún tipo de consecuencia), y también hubo momentos divertidos, estresantes… Momentos en los que decidir cuánto tiempo más le íbamos a dedicar para ver si realmente se acostumbraban o no. Porque claro está, cuanto más tiempo estaba la gatita en casa, más cariño le cogíamos y si veíamos que no estaba integrada del todo o que los perros seguían agobiados y estresados, la íbamos a dar a una familia estupenda.
Nos quedaba sólo una semana para nuestra fecha límite cuando los perros se empezaron a relajar. Cuando los juegos ya no eran tan bruscos y los podíamos dejar a ratos solos todos juntos. El día que nos encontramos a Fermín durmiendo junto con la gatita, supimos que toda la faena había valido la pena.