Hoy quiero hablaros de algo que sigue siendo tabú en nuestra sociedad, algo de lo que casi nunca hablamos porque nos provoca malestar: la muerte.

Vivir con animales me ha ayudado a mirar de frente a mi peor miedo y, gracias a ellos, he podido vivir la muerte de otra manera. ¡Qué ironía: vivir la muerte! ¿Cómo se pueden unir dos palabras tan diferentes: la vida y la muerte? Una nos provoca siempre alegría y la otra, dolor, pero ¿en el mundo perruno pasa igual?
Cómo afrontan la muerte los perros
Como siempre, mis perros han sido mis mejores maestros y me han enseñado a cambiar la visión que tenía de la muerte. Me mostraron que, para ellos, la muerte no es un momento doloroso, sino un momento más de la vida. Ellos me enseñaron a tomar decisiones que antes de estar en este mundo perruno nunca me habría planteado, como tomar la decisión de dormirlos y de quedarme hasta la última mirada.


La primera en enseñarme esta mirada fue Cani. Sí, otra vez Cani. Hasta el final, fue una gran maestra para mí. Cuando luchas varios meses para salvar la vida de tu perra, te da igual dar todo (tiempo y dinero) porque tienes siempre la esperanza de que se recupere. Luchas con ella porque ella lucha, quiere vivir y sabes que no tiene dolor. Pero un día la miras, nuestras miradas se cruzan y de un golpe recibes una bofetada porque, con esa mirada, sabes que tu perra no quiere vivir más. Esta mirada se produjo un día en que Cani estaba tumbada en la escalera y no podía levantarse sin mi ayuda. Cuando fui a levantarla, nos miramos y os puedo asegurar que entendí con toda certeza lo que me estaba diciendo. Con esa mirada me dijo que así no quería vivir y que no podía más.
Por amor a Cani, decidí llamar a mi veterinaria y contarle que el momento había llegado. Cuando llegue ese momento, si es posible, recomiendo que el/la veterinario/a vaya a casa, como así lo hicimos en mi caso. Y empezamos el proceso de cruzar el arcoíris.
En ese momento, me di cuenta, con todo el dolor en mi corazón, con todas las lágrimas en mis ojos, que había mucha paz en mi casa, que todos los otros perros de la manada estaban súper tranquilos. Ellos se habían despedido de Cani y para ellos, ya se podía ir.
La despedida
Fue uno de los momentos más difíciles y duros de mi vida, pero con toda su grandeza, mi loba me ayudó también en esta etapa. Cuando vino el momento del último pinchazo, me miró y os prometo que esa mirada nunca he podido olvidarla.
Esa mirada es algo muy fuerte, mágico, muy duro, pero con una intensidad súper especial. Con todo el amor del mundo, mi niña me daba la fuerza de seguir y estar plenamente en este momento.
Esa mirada está llenada de paz, de tranquilidad, de amor, de una intensidad muy profunda, de una luz única. Puedes ver cómo tu animal te quiere y siempre te ha querido, cómo te dice “mami, tranquila, todo va a ir bien”. Una mirada con tanto agradecimiento, con tanta unión, tantas cosas… algo único, mágico, con una compenetración impresionante. Éramos una. En ese momento no había dolor, había solo ese instante maravilloso que me dedicaba mi perra.
Está claro que después de eso viene el momento del duelo, pero hoy no os voy a hablar de ello.


Después de este momento, algo cambió en mí y me he hecho la promesa de que si tengo que ayudar a mis perros a cruzar el arcoíris, estaré siempre con ellos en este último momento para compartir y vivir esta última mirada.
Por cosas de la vida, he tenido que vivir tres veces más este momento, ya que tres veces he tenido que tomar yo la decisión.
En medio del dolor, mis otros maestros de la vida que fueron Boby, Kika e Hindia me enseñaron el poder de esta última mirada y a ver otra vez esta luminosidad, este amor, esta paz, esta comprenetración entre el humano y el perro. Me volvieron a enseñar a vivir este instante muy especial entre el dolor y la magia de una mirada.
Gracias a mis maestros perrunos por seguir hasta el final enseñándome a ententerlos siempre mejor.
Os daré siempre las gracias por permitirme conocer esta última mirada. Os quiero y siempre estaréis conmigo.


En la web de Caniland tenéis un texto que me ayudó en la etapa siguiente: “Los perros nunca mueren, duermen en tu corazón” , de Ernest Montague.